¡Qué fácil ha de ser para la muerte
seducir a un hombre!
Se viste de mujer, le guiña un ojo;
luego se esconde.
Se acerca por su espalda, le acaricia
primero el cuello,
seguidamente el rostro y, si lo tiene,
entonces el cabello.
¡Qué fácil debe ser si suavemente
se convierte en su sueño!
Quitándose la blusa se le acerca,
le brinda un beso.
Le da a beber el vino de sus pechos
sin mucho empeño,
se yergue desnuda ante los ojos
del hombre inquieto
y le pide sonriendo que la siga,
tan sólo eso.
El hombre se levanta, ve la sombra.
Atrás está su cuerpo.
Lo abraza la mujer y le comenta
que no hay regreso.
¡Qué fácil puede el hombre hallar la muerte
pensando en sexo!
Cristino Alberto Gómez
20 de marzo del 2008
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gracias por las letras.
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