Convidado a saber
de esos campos la flor,
su futuro la miel,
mañanero el olor;
condenado a querer,
sentenciado el amor,
ha sabido emerger
en sus ojos el sol.
Especula el secor
que es incierto el ayer,
que será superior
en la tierra al llover,
más que el bravo tremor
de una rama al caer,
el silente rumor:
mil están por nacer.
El brillante mirar
de sus labios, aun lejos,
supo así comentar
con su tibio reflejo
el compás de su andar,
la razón de su espejo.
Se descubre el umbral,
en sus ojos, del cielo.
Cristino Alberto Gómez
12 de noviembre de 2014
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