Ruiseñores oradores
del naranjo perfumado
como el trillo de las flores
de continuo visitado;
más allá del Juan Primero,
mi lomita de subir
con la yagua, y el higüero
donde abuelo iba a dormir;
y luciérnagas y grillos
y lechuzas y atabal
y sudados los bombillos,
pero aluzan, al final;
chocolate de las manos
que los dioses eligieron,
si en el fuego, si en los llanos,
yo no sé cómo lo hicieron.
En el cerro la bandera
que catorce colocaron
con semillas de una fiera
libertad que conquistaron;
más acá dormido el río;
más allá, de su cabeza
quedan la calvicie, el frío
y un chorrito de tristeza,
cabañuelas calibradas,
primaveras de habichuela,
veraniegas limonadas
y el café cuando se cuela.
Volveré con los muchachos
a entonar el canto aquel
de las jaibas y los jachos.
Voy a broncear mi piel.
Volveré a la carretera,
andaré por los bohíos
y refutaré la espera
y despertaré rocíos.
Volveré buscando el agua
de mi hamaca de copey.
Lograré bajar en yagua
de una palma de catey.
Engalanaré los cerros
y rescataré espinazos,
desempolvaré los fierros
y reforzaré los brazos.
Volveré a sonar la rima
solitaria de un juglar
y divisaré en la cima
luminoso el despertar.
Volveré a tocar tu puerta
y seremos más hermanos.
¡Vamos a regar la huerta,
vamos a juntar las manos!
Cristino Alberto Gómez
27 de febrero de 2020
@CristinoAlberto
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